SOBREVIVIR




        Y de nuevo cubrí mi rostro con los brazos, otra vez tape mis ojos con las palmas de las manos para contener la desesperación, para detener la maldita visión en la que pronto desistiré y pensar otra vez que no podré aguantar más vivir así, con momentos en que me caigo completamente a pedazos...y estando ahí sumida en una sombra que elegí, ésta me calmó. Recordé de pronto esa antigua sensación de estar a salvo en ella, recordé sentirme sola rodeada de una forzada oscuridad...la vieja practica de esconderme, reviviendo todas las veces en que lo hice y en que me sentí invisible así, sin que nadie pudiera saber dónde estoy. Me vino a la memoria luego, esa casa de escasa luz, de olores extraños, en donde todo me aterrorizaba, en la que pasaba gran parte del tiempo sola, al menos por largas horas, a pesar de lo cual me sentía en ella prisionera y comprendí que no precisamente por sus paredes. Cada vez que pude caminé por las calles lo más lejos posible, pero cada una de esas veces no pude hacer nada más que volver; era niña siempre fue mejor  regresar. Llegue en ese momento a concluir que era prisionera de mi niñez, de mi incapacidad de huir del albergue que era mi hogar, mi familia, aunque no eran en absoluto ninguna de estas dos cosas. Volví a sentir el miedo cotidiano en esa casa, las ganas de huir y de estar segura, llamé a mi madre una vez más desde adentro mío y con tanta fuerza que ahora mismo, que recordaba, la necesité con esa misma angustia, pese a ello seguía sola, horrorizada, paralizada de pie en el centro de mi pieza. Así que, aquí en el presente, para calmarme, en la oscuridad de mis párpados, imaginé que entraba a esa habitación ahora mismo, a mis 30 años y me veía ahí, a la niña que fui, totalmente doblegada por el miedo, entonces me acerqué y la tome en brazos, la apreté fuerte y le dije que pese a todo, al final de la historia, sobreviviría, le conté el futuro, haciéndole saber que no estuvo sola en el recorrido, porque no necesitó a nadie más que ella. Imaginé recorrer con el pensamiento todo esa casa y la vi, como es ahora, abandonada, totalmente consumida en un ambiente de horror y de miseria; fue intrigante, porque verdaderamente me pareció dar cada paso, bajar la escalera, mirar a mi alrededor y respirar el aire encerrado. Sentí gran alivio al saber que yo ya no estaba ahí, que estaba imaginando. La realidad era que habían pasado 25 años y que había sobrevivido. Destapé mis ojos y lloré, me pregunté si estaba feliz por ello, pero la verdad es que estaba perpleja y mis lágrimas caían de perplejidad. Descubrí entonces la aurora de pesar y de amargura que existía alrededor del recuerdo de mi misma siendo niña y habitando esa vieja casa, pude tomar conciencia y decidir que esa densa estela se dispersara. Sentí apego y no pude más que suspender mis pensamientos. Descubrí el sentido de un antiguo sueño y no pude seguir engañándome,  era momento de dejar atrás esos recuerdos y de dejarla morir.

                                                                                        
Luchita Libertad

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